Mi primera impresión en Hong Kong y Shanghai fue totalmente banal: las chinas no me gustan; son bajitas, nadadoras por excelencia (nada por delante nada por detrás), caritas de sartén y con dentaduras de tiburón —un ortodontista tendría asegurado su futuro profesional.
Zapatos cómodos y cámara en mano me doy a la tarea de andar, caminando se ve menos pero más. Desde el punto de vista arquitectónico, lo primero que avizoré fue el contraste de las edificaciones; bajas, viejas, vigiladas por rascacielos que sobresalen erguidos, dominantes. Por otro lado, los comercios de lujo en las plantas bajas de estos edificios, conectados con pasarelas, disienten con las largas cuadras repletas de locales que conforman centros comerciales urbanos. Deambular por esos bulevares es una delicia, se encuentran centenares de comercios dedicados a la informática, a la fotografía, al audio, al vestido, a la juguetería. Los vendedores que me abordan afanosamente con un ¡Ni Hao!, me invitan a entrar.
Retrato rostros desprevenidos. La mayoría me regala una sonrisa. Capturo imágenes de los coloridos avisos publicitarios que invaden las calles y las perspectivas urbanas. Avisos que se soslayan uno delante del otro, se canibalizan en función de hacerse presentes ante la marea de transeúntes y vehículos que circulan por las calles, una característica diferenciadora que tiene particularmente Shanghai. Históricamente el comercio es la actividad fundamental de estas ciudades, lo que contrasta con el sistema político vigente en China. No es de olvidar que Hong Kong estuvo bajo la tutela Inglesa hasta el año dos mil y Shanghai bajo la influencia de Francia e Inglaterra hasta la llegada de la revolución de Mao. La ebullición por el consumo ha generado el crecimiento en las economías de estas ciudades al punto de convertirse en terreno fértil para la construcción de las mayores estructuras contentivas de viviendas, hoteles, oficinas, comercios, y espacios de recreación.
Con el transcurrir de los días mi relación con estas ciudades se hizo más cercana; pero a lo que no me acostumbro es al olor de las calles del centro. Hay un ligero tufo a caldo de pollo que emana de los innumerables locales de comida que tienen fachada abierta a la calle. Allí, miles de personas dan rienda suelta a sus gustos culinarios muy diferentes a los nuestros. Los chinos son flacos, no deben conocer al Dr. Jakubobich, ni las pastillitas y batidos de Herbalife, no le temen como yo a colocarse una franela, ni tienen que comprar camizas XL para disimular el michelín. ¡Claro! su alimentación está basada en vegetales y proteínas, el consumo de carbohidratos es realmente bajo. ¡Carajo, como añoré un Toronto! Sin embargo, son depredadores, ingieren todo lo que camine o se mueva, y lo hacen con gusto. Viajar y no probar la comida autóctona, para mí, es como no haber salido de Caracas, así que decidí comer en la calle, en el sitio donde la cola de comensales fuera larga.
Apunté a los pinchos y con los dedos le indiqué la cantidad que deseaba de cada uno. Cerdo, pollo, y —creo— carne de vaca, pero los otros dos, no supe. Me senté en un taburete. La mesa con patas de aluminio era comunitaria, vestida con mantel plástico y, como un chino, comí. Al final identifiqué el sabor y textura de tres tipos de carne, las otras dos no, pero estaban exquisitas, bien aderezadas y blandas. El que no sabe es como el que no ve. Me fui satisfecho, sin maullar ni ladrar. Por cierto ahora que digo esto, fueron escasos los gatos y perros que vi en estas ciudades.
Me percaté en el transcurso de estos días, que si algo está olvidado del tema arquitectónico en estas comunidades, son las enseñanzas de Buda respecto al ego. Emerge en estas ciudades (como en otras del mundo) lo que denomino la “convergencia de los egos”. Un centro al cual apunta la actitud del poder político de la nación que desea hacer sentir la supremacía económica y cultural. El ego de la ciudad, que compite con otras para vanagloriarse de sus hazañas y lograr reconocimiento. El ego de los ciudadanos, el cual hace raíz en el subconsciente colectivo, al ser dignos de estructuras desafiantes, futuristas. Y el ego de los arquitectos, que logran hacerse de las portadas de las revistas de arquitectura, aumentar su currículo, publicaciones y las sucursales de sus talleres en el mundo.
La arquitectura autóctona está desaparecida y lo que existe está más cerca de Disney, show para turistas. Los imponentes rascacielos sobresalen en las perspectivas, en el perfil urbano, son ellos el poder, guardianes de las ciudades que retan a Chicago o New York. Se alzan insolentes frente a las playas de Hong Kong o a las riveras del Huangpu en una actitud desafiante, gritan que son el futuro hecho presente. En ellos el uso del vidrio, el acero inoxidable, la iluminación llega a ser grosera, humillante para quienes hacemos arquitectura en este desajustado país petrolero. La tecnología puede con todo; retar las alturas, librar desniveles, jugar con la gravedad, desafiar a la naturaleza, maximizar el confort. Los rascacielos con marcas mundiales abundan en estas ciudades. En Hong Kong predomina la alta densidad en las viviendas y edificaciones de oficinas a consecuencia de la topografía. En Shanghai la densidad varía por su extensión. Es en la zona de Pudong donde predominan las edificaciones de mayor altura; en las afueras, la influencia francesa e inglesa pone de manifiesto calles arboladas y viviendas de tres y cuatro pisos; eso sí, con innumerables tendederos de ropa que muestran la intimidad de cada familia.
Es curioso que en los edificios de las décadas de los setenta hasta los noventa, existe un formalismo volumétrico que les hace ver como los héroes de los cómics. Allí percibí la imagen del inolvidable Mazinger Z y toda esa saga que ha derivado en los Transformer. Los basamentos parecen cohetes o pies, el desarrollo, en forma de cuerpo y los remates simulan cabezas, coronas y hasta naves espaciales. ¿Tuvo influencia el cómic japonés en la arquitectura de estas ciudades? Para analizarlo en otra oportunidad.
El lado oscuro es avasallante, vivo; bares, restaurantes, avisos centellantes, penumbras. El perfil nocturno de las ciudades en el horizonte transporta a películas futuristas. Por momentos era Rick Deckard rodeado de replicantes. Por cierto, París ya no debería ser la ciudad Luz, porque lo que es Hong Kong y Shanghai son una oda a la tecnología de los letreros. No existe un edificio importante que no esté iluminado en su totalidad y muchos de ellos fungen de gigantescas vallas para la publicidad, una manifestación más del poder de las trasnacionales que deciden el futuro de nuestro planeta.
La última noche antes de regresar a Caracas, llegué exhausto al hotel. Conmigo en el ascensor entró una dama de larga cabellera negra y lozano cutis. La falda a la altura media del muslo mostraba las pantorrillas torneadas, blancas. Las puertas abrieron en el piso treinta y nueve, salí y ella me siguió. Al llegar a la puerta de mi habitación introduje la tarjeta en la cerradura; luz verde. Ella posó su mano derecha en el marco, y con un quiebre de cadera me dijo.
―Ni Hao (hola)
La miré a los ojos.
Me están gustando las chinas.
Zapatos cómodos y cámara en mano me doy a la tarea de andar, caminando se ve menos pero más. Desde el punto de vista arquitectónico, lo primero que avizoré fue el contraste de las edificaciones; bajas, viejas, vigiladas por rascacielos que sobresalen erguidos, dominantes. Por otro lado, los comercios de lujo en las plantas bajas de estos edificios, conectados con pasarelas, disienten con las largas cuadras repletas de locales que conforman centros comerciales urbanos. Deambular por esos bulevares es una delicia, se encuentran centenares de comercios dedicados a la informática, a la fotografía, al audio, al vestido, a la juguetería. Los vendedores que me abordan afanosamente con un ¡Ni Hao!, me invitan a entrar.
Retrato rostros desprevenidos. La mayoría me regala una sonrisa. Capturo imágenes de los coloridos avisos publicitarios que invaden las calles y las perspectivas urbanas. Avisos que se soslayan uno delante del otro, se canibalizan en función de hacerse presentes ante la marea de transeúntes y vehículos que circulan por las calles, una característica diferenciadora que tiene particularmente Shanghai. Históricamente el comercio es la actividad fundamental de estas ciudades, lo que contrasta con el sistema político vigente en China. No es de olvidar que Hong Kong estuvo bajo la tutela Inglesa hasta el año dos mil y Shanghai bajo la influencia de Francia e Inglaterra hasta la llegada de la revolución de Mao. La ebullición por el consumo ha generado el crecimiento en las economías de estas ciudades al punto de convertirse en terreno fértil para la construcción de las mayores estructuras contentivas de viviendas, hoteles, oficinas, comercios, y espacios de recreación.
Con el transcurrir de los días mi relación con estas ciudades se hizo más cercana; pero a lo que no me acostumbro es al olor de las calles del centro. Hay un ligero tufo a caldo de pollo que emana de los innumerables locales de comida que tienen fachada abierta a la calle. Allí, miles de personas dan rienda suelta a sus gustos culinarios muy diferentes a los nuestros. Los chinos son flacos, no deben conocer al Dr. Jakubobich, ni las pastillitas y batidos de Herbalife, no le temen como yo a colocarse una franela, ni tienen que comprar camizas XL para disimular el michelín. ¡Claro! su alimentación está basada en vegetales y proteínas, el consumo de carbohidratos es realmente bajo. ¡Carajo, como añoré un Toronto! Sin embargo, son depredadores, ingieren todo lo que camine o se mueva, y lo hacen con gusto. Viajar y no probar la comida autóctona, para mí, es como no haber salido de Caracas, así que decidí comer en la calle, en el sitio donde la cola de comensales fuera larga.
Apunté a los pinchos y con los dedos le indiqué la cantidad que deseaba de cada uno. Cerdo, pollo, y —creo— carne de vaca, pero los otros dos, no supe. Me senté en un taburete. La mesa con patas de aluminio era comunitaria, vestida con mantel plástico y, como un chino, comí. Al final identifiqué el sabor y textura de tres tipos de carne, las otras dos no, pero estaban exquisitas, bien aderezadas y blandas. El que no sabe es como el que no ve. Me fui satisfecho, sin maullar ni ladrar. Por cierto ahora que digo esto, fueron escasos los gatos y perros que vi en estas ciudades.
Me percaté en el transcurso de estos días, que si algo está olvidado del tema arquitectónico en estas comunidades, son las enseñanzas de Buda respecto al ego. Emerge en estas ciudades (como en otras del mundo) lo que denomino la “convergencia de los egos”. Un centro al cual apunta la actitud del poder político de la nación que desea hacer sentir la supremacía económica y cultural. El ego de la ciudad, que compite con otras para vanagloriarse de sus hazañas y lograr reconocimiento. El ego de los ciudadanos, el cual hace raíz en el subconsciente colectivo, al ser dignos de estructuras desafiantes, futuristas. Y el ego de los arquitectos, que logran hacerse de las portadas de las revistas de arquitectura, aumentar su currículo, publicaciones y las sucursales de sus talleres en el mundo.
La arquitectura autóctona está desaparecida y lo que existe está más cerca de Disney, show para turistas. Los imponentes rascacielos sobresalen en las perspectivas, en el perfil urbano, son ellos el poder, guardianes de las ciudades que retan a Chicago o New York. Se alzan insolentes frente a las playas de Hong Kong o a las riveras del Huangpu en una actitud desafiante, gritan que son el futuro hecho presente. En ellos el uso del vidrio, el acero inoxidable, la iluminación llega a ser grosera, humillante para quienes hacemos arquitectura en este desajustado país petrolero. La tecnología puede con todo; retar las alturas, librar desniveles, jugar con la gravedad, desafiar a la naturaleza, maximizar el confort. Los rascacielos con marcas mundiales abundan en estas ciudades. En Hong Kong predomina la alta densidad en las viviendas y edificaciones de oficinas a consecuencia de la topografía. En Shanghai la densidad varía por su extensión. Es en la zona de Pudong donde predominan las edificaciones de mayor altura; en las afueras, la influencia francesa e inglesa pone de manifiesto calles arboladas y viviendas de tres y cuatro pisos; eso sí, con innumerables tendederos de ropa que muestran la intimidad de cada familia.
Es curioso que en los edificios de las décadas de los setenta hasta los noventa, existe un formalismo volumétrico que les hace ver como los héroes de los cómics. Allí percibí la imagen del inolvidable Mazinger Z y toda esa saga que ha derivado en los Transformer. Los basamentos parecen cohetes o pies, el desarrollo, en forma de cuerpo y los remates simulan cabezas, coronas y hasta naves espaciales. ¿Tuvo influencia el cómic japonés en la arquitectura de estas ciudades? Para analizarlo en otra oportunidad.
El lado oscuro es avasallante, vivo; bares, restaurantes, avisos centellantes, penumbras. El perfil nocturno de las ciudades en el horizonte transporta a películas futuristas. Por momentos era Rick Deckard rodeado de replicantes. Por cierto, París ya no debería ser la ciudad Luz, porque lo que es Hong Kong y Shanghai son una oda a la tecnología de los letreros. No existe un edificio importante que no esté iluminado en su totalidad y muchos de ellos fungen de gigantescas vallas para la publicidad, una manifestación más del poder de las trasnacionales que deciden el futuro de nuestro planeta.
La última noche antes de regresar a Caracas, llegué exhausto al hotel. Conmigo en el ascensor entró una dama de larga cabellera negra y lozano cutis. La falda a la altura media del muslo mostraba las pantorrillas torneadas, blancas. Las puertas abrieron en el piso treinta y nueve, salí y ella me siguió. Al llegar a la puerta de mi habitación introduje la tarjeta en la cerradura; luz verde. Ella posó su mano derecha en el marco, y con un quiebre de cadera me dijo.
―Ni Hao (hola)
La miré a los ojos.
Me están gustando las chinas.
5 comentarios:
Bravo!
Buen inicio en el blog de los chinos venezolanos. Me gustó el simil de los edificios "posmo" de Hong Kong -son igual de feos- con los transformers, al menos el que ilustra este post es un ejemplo muy convincente.
Mua!
Interesante entrada. Comparto contigo eso de que si no comes la comida típica del país que visitas es como si no hubieses salido del tuyo.
En cuanto a la arquitectura - cómic, quiensabe fueron los edificios de formas raras los que inspiraron a los comiqueros.
Un abrazo desde Bolivia.
aha!! ya tienes tu cuento Chino jejejje..
Pues como siempre muy buena tu descripción de esas ciudades...
Por cierto creo que no viste perros y gatos en la calle, porque ellos se lo comen... Quizás esa carnita blanda que te comiste que no sabías que era, quizás era eso.. jijijijij
Saludos,
Hace unos meses estuve en Shanghai y mi impresión es similar. Realmente hay momentos que uno se transporta a la peli de Blade Runner.
Comparto vuestra opinión de la conjura de los egos que se realiza en ciudades como esas. Una arquitectura odiosa con la mezcla de "odio y diosa", es osada y grosera en momentos que hipocritamente se habla de "arquiectura sustentable".
Que será de Dubai sin energía...
Por último, no juzguez a todas las chinas por igual he!,que hay unas que si te cuento...
¡Pancho Felicitaciones!
Has logrado que lea completamente un escrito tuyo jajajaja, de veras que me gusto todos los comentarios que en el mostraste. Debió de haber sido todo una aventura, además como profesional de la arquitectura y junto a ese equipo de arquitectos que te acompaño, me imagino que se dieron un banquete de concreto visual. De lo que comiste (Cosa que yo comería también) no importa lo que haya sido, debemos de probar de todo y sobre todo tratándose de un gran chef como tú, el degustar debe de ser increíble.
Felicitaciones Pancholon
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