El túnel al infinito:
Sobre un acantilado aparece una casa con vista al mar.
La vivienda, salvada por dos grandes montañas, atestigua silente la presencia del océano solitario en la distancia. Pulsando un control a un lado de la cama, los amantes pueden extender la total presencia del mar ante sus ojos. Las ventanas se abren, el techo —en capota transparente— muestra la bóveda sobre él. Seguidamente, se activa un brazo hidráulico que empuja al cuarto, gracias a un cordón del ancho de la habitación principal, proyectado hasta un kilómetro en el horizonte.
Disparado en fiera lentitud, a la manera de un pasaje de platino astral, el brazo pernoctará sobre la marea crecida. Transitará en pausa completa sobre la playa, retrayéndose a la colina con los primeros rayos del sol.
Los entusiastas tendrán algunas horas de sueño antes de pensar en el brunch postamatorio.
Caracas Weekend Roundabout
Las bases de una aleación broncínea sostienen el peso de Caracas como un macetero para dioses: núbil y en constante tensión volátil.
Toda la ciudad depende de las horas del día para su productividad, creación, placeres y desasosiego. De lunes a viernes, la capital disimulada trabaja dentro de edificios naturalmente apolíneos —perezosos rectángulos de lava fría que guardan la mayor carga activa para su vidorria nocturna.
El viernes en la noche, al crujir de las 9 en punto, se rinde al llamado del giro: uno lubricado y de 180 grados. Allí, en donde las enaguas del cerro se desemperezan por voluntad del artefacto giratorio, un brazo de fuerza planetaria levanta todo como una bandeja repleta de panes, latidos y pulsiones.
Caracas se duerme en viernes, y frente al mar, se despierta el sábado. La urbe entera gira con el Ávila y se afana 48 horas frente a piélagos caribeños. El valle queda solitario, como un cráter infinito al que se le reparan tuberías, conexiones y desagües. Todo esto, bajo el ojo desinfectante de una máquina clínica que le hace la cama hasta el domingo por la noche.
Edificios y habitantes se broncean, recargan y salifican. La ciudad gira entera hacia sus descubrimientos y tributos, regresando ese lunes con los bellos tonos que intercambiarán párrafos con el frío.
Residencias Artesa:
En el valle cada edificio en simétrica actitud. Se levantan rascacielos de egolátrica presencia, que juegan a esconderse, a la manera de topos de hormigón y hierro, dentro de una tierra fresca. Cerca del valle, cada racimo de obras en orgánica comunicación: menudos ingenios aprovechados de la lógica del horno: calentados de día, se guardan del frío bajo el suelo, o si lo prefieren se quedan a esperar el frescor nocturno y sus lloviznas.
De cada módulo habitacional emerge el sostén corredizo que lo empuja y retrae para hacerse de la noche libre. Por cada columna, grupos de apartamentos inconexos entre sí, y que en amistoso desdén, se darán la espalda centralmente desde estos macizos flexibles. Un botón produce la salida del apartamento en artesa. Un cajoncillo sin techo —que se asoma cada uno hacia el punto cardinal elegido— agrupa a familias en libertades, asemejando cruces romanas desde el cielo.
Sobre un acantilado aparece una casa con vista al mar.
La vivienda, salvada por dos grandes montañas, atestigua silente la presencia del océano solitario en la distancia. Pulsando un control a un lado de la cama, los amantes pueden extender la total presencia del mar ante sus ojos. Las ventanas se abren, el techo —en capota transparente— muestra la bóveda sobre él. Seguidamente, se activa un brazo hidráulico que empuja al cuarto, gracias a un cordón del ancho de la habitación principal, proyectado hasta un kilómetro en el horizonte.
Disparado en fiera lentitud, a la manera de un pasaje de platino astral, el brazo pernoctará sobre la marea crecida. Transitará en pausa completa sobre la playa, retrayéndose a la colina con los primeros rayos del sol.
Los entusiastas tendrán algunas horas de sueño antes de pensar en el brunch postamatorio.
Caracas Weekend Roundabout
Las bases de una aleación broncínea sostienen el peso de Caracas como un macetero para dioses: núbil y en constante tensión volátil.
Toda la ciudad depende de las horas del día para su productividad, creación, placeres y desasosiego. De lunes a viernes, la capital disimulada trabaja dentro de edificios naturalmente apolíneos —perezosos rectángulos de lava fría que guardan la mayor carga activa para su vidorria nocturna.
El viernes en la noche, al crujir de las 9 en punto, se rinde al llamado del giro: uno lubricado y de 180 grados. Allí, en donde las enaguas del cerro se desemperezan por voluntad del artefacto giratorio, un brazo de fuerza planetaria levanta todo como una bandeja repleta de panes, latidos y pulsiones.
Caracas se duerme en viernes, y frente al mar, se despierta el sábado. La urbe entera gira con el Ávila y se afana 48 horas frente a piélagos caribeños. El valle queda solitario, como un cráter infinito al que se le reparan tuberías, conexiones y desagües. Todo esto, bajo el ojo desinfectante de una máquina clínica que le hace la cama hasta el domingo por la noche.
Edificios y habitantes se broncean, recargan y salifican. La ciudad gira entera hacia sus descubrimientos y tributos, regresando ese lunes con los bellos tonos que intercambiarán párrafos con el frío.
Residencias Artesa:
En el valle cada edificio en simétrica actitud. Se levantan rascacielos de egolátrica presencia, que juegan a esconderse, a la manera de topos de hormigón y hierro, dentro de una tierra fresca. Cerca del valle, cada racimo de obras en orgánica comunicación: menudos ingenios aprovechados de la lógica del horno: calentados de día, se guardan del frío bajo el suelo, o si lo prefieren se quedan a esperar el frescor nocturno y sus lloviznas.
De cada módulo habitacional emerge el sostén corredizo que lo empuja y retrae para hacerse de la noche libre. Por cada columna, grupos de apartamentos inconexos entre sí, y que en amistoso desdén, se darán la espalda centralmente desde estos macizos flexibles. Un botón produce la salida del apartamento en artesa. Un cajoncillo sin techo —que se asoma cada uno hacia el punto cardinal elegido— agrupa a familias en libertades, asemejando cruces romanas desde el cielo.
5 comentarios:
Estas utopías hay que dibujarlas marqués. Grande. El taller multidisciplinar se hace cada vez más real y factible. Kill'em all!
buena prosa y brillante narrativa
vayan 5 pirulines!!
Uddert
"Edificios y habitantes se broncean, recargan y salifican. La ciudad gira entera hacia sus descubrimientos y tributos, regresando ese lunes con los bellos tonos que intercambiarán párrafos con el frío"
Ufff!!!!
"Hemos acumulado objetos de toda clase y condición. Es más, hemos objetivado especies, espacios y procesos para transformarlos en una mercancia más que introducir en un comercio que no conoce límites y cuyas barreras son tan difusas que todo es susceptible"
la utopia de la verdadera arquitectura efimera parte de sueños como este
Enhorabuena
K
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