El gran chaparrón

José Javier Rojas


El cielo encapotado anuncia tempestad

Como todo buen hijo de oriental, me encanta el casabe, esa torta ancestral que nos regalaron nuestros aborígenes. Pero eso sí, solo en mis comidas, no como material de construcción. Lamentablemente, y como es del dominio del público, Caracas toda está hecha de casabe. Le caen tres gotas, y la urbe se disuelve, la capital se desmenuza como el casabe en una sopa caliente. No hablamos de lluvias monzónicas, ni de huracanes o tifones. Nada de tsunamis ni de Krakatoas al este de Java. Apenas un aguacero recio se manifiesta en el pluviómetro, nos pone tan en serios aprietos que se hace de titulares a ocho columnas.

El verbo colapsar se conjuga con ligereza pasmosa en las radios venezolanas. Cuando una vaguada puso de rodillas al país en 1999, un reputado locutor dijo a quienes lo sintonizábamos ansiosos que la catástrofe era absoluta, pues engolando para acuñar la frase pegajosa de quien vende laxante nos soltó aquello de: “La Caracas que conocemos, ya no existe”. No quedó validado su dramático aporte para la historia, como sí quedó el del reportero que se condolía de la humanidad en el estallido del Hinderburg (ref web 1) porque aquí estamos, y aquí seguimos. Llevando palazos como una piñata, pero existimos. Al menos, hasta que el próximo chaparrón termine nuestra precaria existencia de una buena vez. Eso sí, la puntilla no tendrá que ser nada bíblica ni en sonido Dolby Surround, porque un poco de empeño basta y sobra para poner en evidencia a los mentecatos que se hacen llamar autoridades y que nos dejan, nunca mejor dicho, con el culo a la intemperie. La vida es tan dura y somos tan frágiles…

Es pertinente destacar que mentecatos, papanatas y demás florituras aparte, fuimos nosotros quienes les dimos y les damos el garrote, una y otra vez. Nuestros mandatarios tienen nuestro mandato, pues somos nosotros quienes se lo otorgamos cuando concurrimos a escoger quién entre nosotros debe responder ante nosotros. Si no queda claro, repito, nosotros. No una raza alienígena, ni semidioses mitológicos, ni demonios del averno. No la CIA, Kaos, Control, ni ninguna agencia del recontraespionaje. No una logia de banqueros, tampoco una secta de grafiteros y menos una peña de tangueros. Nada de conspiraciones, libreros uruguayos y demás brujerías engaña bobos: nosotros nos gobernamos. A lo bestia, pero nosotros al fin y al cabo. Esto es lo que hay y hasta aquí hemos llegado. A trompicones y jipando, pero hemos llegado. Se sufre pero se goza. Mi rancho es su rancho (ref web 2).



Todo cuenta

Saul Bellow, el escritor ganador del Pulitzer y del Nobel, reflexionaba en una conferencia acerca de su relación con su sweet home Chicago usando una larga cita de un arquitecto. Cito la cita que citaba sobre la ciudad que amaba:

“Para seguir ilustrándome paso, en el mismo librito (The Becht Goddest Success), al artículo del famoso arquitecto Louis H. Sullivan, que durante tantos años trabajó en Chicago. Esto es lo que nos dice:

“Sus edificios son como ustedes; y ustedes son como sus edificios. Ustedes y su arquitectura son la misma cosa. Lo uno es el retrato fiel de lo otro. Estudiar lo uno es estudiar lo otro. Interpretar lo uno es interpretar lo otro”… El equilibrio entre vida cotidiana y vida espiritual se manifiesta en lo que uno tiene delante de los ojos. Ahora bien, me he paseado por Chicago la mayor parte de mi vida e indudablemente me han influido sus calles, casas, fábricas, bloques de oficinas, rascacielos, edificios de seis apartamentos, pero no estoy de acuerdo en que Chicago y yo nos reflejemos por completo el uno en el otro…"

“¿Creen que la arquitectura es algo libresco, una cosa del pasado? ¡Siempre ha sido del presente, de sus contemporáneos! ¡Ahora también es del presente y les pertenece! La arquitectura se avergüenza de ser natural, pero no de mentir…La arquitectura de nuestro tiempo está llena de hipocresía y pretensión. Igual que ustedes, aunque lo nieguen. La arquitectura está neurasténica; del mismo modo que ustedes, que tratan de abarcar demasiado… Esta arquitectura carece de serenidad: señal evidente de un pueblo desequilibrado… No saben lo que significa la plenitud de la vida: son unos seres desgraciados, febriles, trastornados. Esos edificios exaltan vulgarmente el dinero; y ustedes colocan al dinero por encima de Dios."

"Lo adoran veinticuatro horas al día: ¡es su Dios! Esos edificios muestran la falta de grandes pensadores, de hombres de verdad; aunque hoy, viendo el extremo al que han llegado, tienen una desesperada necesidad de grandes pensadores, de hombres de verdad. De vez en cuando, sin embargo, algún edificio denota integridad; lo que indica el mismo grado de integridad en ustedes. No todo es falso. El fermento que haya en sus edificios, es el que se encontrará en ustedes. Peso por peso, medida por medida, signo por signo: ¡su arquitectura, son ustedes!”

(Tomado de Todo Cuenta, Del pasado remoto al futuro incierto, de Saul Bellow, en Biblioteca de Bolsillo de Random House Mondadori. Barcelona, 2007)



La caída

Albert Speer (ref web 3), el ministro de armamentos de Hitler, era arquitecto personal y hombre de la absoluta confianza del Führer. Como tal, tuvo acceso casi ilimitado al círculo íntimo del dictador y vivió de cerca su ocaso en el bunker durante los estertores finales de la batalla de Berlín. En una escena al principio de La caída, la taquillera película de 2005 que en buena parte está inspirada en las extensas memorias de Speer, Hitler diserta ante una maqueta (ref web 4) monumental de la nueva ciudad que piensa erigir acerca de la conveniencia circunstancial de que la capital del Reich esté siendo destruida por los cañones del Ejército Rojo, pues era más fácil despejar los escombros que remodelar y demoler paso a paso para volver a levantar las edificaciones de su ciudad ensoñada. Aunque asistimos como público a la escenificación de los últimos momentos de un demente, no podemos dejar de reconocer la lógica de un razonamiento tal: reconstruir sin destruir es una tarea titánica y es más fácil partir de la tábula rasa. Los megalómanos llevan a cabo sus planes urbanísticos sobre quien sea y cueste lo que cueste, y ahí están los monumentos de la antigüedad y los palacios de la Ilustración para atestiguarlo. La historia los absolverá, se creen ellos.



No hay cola que dure cien años

Nuestras ciudades empezaron a serlo antes del advenimiento del automóvil. Los cambios que antes marchaban digamos, a paso de carreta, pues ahora van a la carrera y por la carretera. Autopistas surcan la ciudad y la transforman, no siempre para mejor. En nuestra experiencia local, casi nunca es el caso. La modernidad de nuestros distribuidores de tránsito se nos volvió atraso en una generación. Más ruido, más congestión, más humo en apenas cincuenta años de uso. La paradoja de avanzar tanto para quedar detenidos en un atasco. La ciudad moderna no puede avanzar ni un paso más sin un verdadero sistema de transporte público. La supervivencia y la cordura nos va en ello: un sistema que sea integral, que funcione y satisfaga las necesidades de la ciudad que somos y de la que seremos, que no quede vencido y saturado apenas al rato de ser inaugurado (ref web 5). No que sea fácil, menos que sea barato empezar tan tarde y con el juego a estas alturas del partido, pero no tenemos alternativa: un gran plan con grandes obras de remodelación urbana asentarán, por efecto o por defecto, a la ciudad que será una metrópolis de decenas de millones de habitantes en apenas un parpadeo.

Esos tristes pañitos calientes que anuncian los mentecatos como si fueran soluciones viables, sostenibles en el tiempo son insultos a la inteligencia y a la buena fe que sus electores han depositado en ellos. No que los planes ambiciosos (ref web 6) sean infalibles y a prueba de mentecatos y tramposos (ref web 7). En la construcción de una vía subterránea que cambió la cara y la calidad de vida de Boston, el Proyecto de la Arteria y Túnel Central, o como le llamaron en plan despectivo por la cuantiosa fortuna y los años de tira y encoge que le costó a los contribuyentes, El Gran Hueco, la ciudad se volvió el blanco favorito de las bromas y el hazmerreír nacional.

La polémica sigue alcanzando todavía al Big Dig a pesar de las maravillas de la ingeniería que coronó para ser una realidad: un hombre murió cuando una placa hecha con malos materiales le cayó encima. El escándalo ha llevado a la cárcel a contratistas inescrupulosos en medio de la indignación de la opinión pública y políticos que ven en entredicho sus futuros. Pero ahí está el proyecto recién inaugurado, acortando el tiempo, ahorrando el combustible que se desperdiciaba en colas interminables y mejorando la calidad de vida al recuperar espacios para el disfrute de la comunidad.

Antes de que llegue el gran chaparrón, o después de que pase el temblor, en mejores o peores condiciones, tendremos los caraqueños que sentarnos para planificar y pararnos para ejecutar. Experiencias tan complejas como las de Boston son un mejor referente del tipo de retos a los que nos enfrentamos: ahí está el BusCaracas, que con una ingeniería deficiente, subestimó lo que, en principio, tiene que hacerse de todas maneras. Lo otro es sentarse a esperar a que El Gran Arquitecto se canse de darnos tantas oportunidades y empiece a hacer nuestro trabajo sin nosotros: que abra al Guaraira Repano y deje entrar al mar para que nivele este reguero fétido.

3 comentarios:

labemol dijo...

ni cuerpo que lo resista... excelente artículo J, totalmente de acuerdo con lo del sistema público de transporte como una necesidad urgente para solucionar el caos en que vivimos sumergidos literalmente en esta ciudad que tanto amamos y odiamos....

por cierto, de dónde sacaste esa foto satelital con la esbástica?, es increíble.

Anónimo dijo...

las fotos e ilustraciones son cortesía de los editores de Hermanos Chang
J.

Los hermanos Chang dijo...

Claudia:

Para mayor información, puedes acudir a este link:

http://giantideasblog.blogspot.com/2007/09/nazi-building.html

También puedes escribir en Google images, la frase: "Nazi Building", y ahí te salen un montón de fotos del famoso edificio de San Diego, California.

Muchas gracias.