La arquitectura de ARQUITECTURA

Enrique Enriquez


Las ciudades son pasteles que se amasan trozo a trozo. ARQUITECTURA es una palabra idéntica a arquitectura. Empieza con una letra A y termina con otra letra A, tal como los arquitectos van quitándonos un edificio y dándonos otro. A esa substitución algunos la llaman desarrollo.

El alma de la palabra arquitectura está en sus vocales. Si las observamos: AUIEUA notaremos que tienen una conformación casi simétrica que refuerza la idea de algo que empieza casi como termina: AUI-EUA. La A se ve como un edificio en pie, o como una grúa estacionada al lado de la letra U, que se nos antoja un hoyo profundo, como el que los hacedores de edificios excavan antes de levantar otra torre. AU-UA. De la azotea hasta los cimientos y de los cimientos a la azotea, como si para rasguñar al cielo hubiese que tocar el infierno y cada edificio del mundo fuese una torre de Babel. Justo en medio están la I y la E, rompiendo la simetría. La diferencia entre la I y la E es que lo que antes se erigía hacía el cielo (letra I), ahora se erige hacia los puntos cardinales (letra E). Las catedrales se han transfigurado en malls.

Lo otro que notamos es que el cuerpo de la palabra, sus consonantes RQTCR, conforman también un todo casi simétrico. Hay un afán expansivo en ellas, pues comienzan y terminan con una letra R que tiene un empuje de bulldozer: RRRRRRRRRRRRR... Parece que la R quiere llevarse por delante a la Q. La letra Q es una O que se ha anclado al suelo, como una plaza que se niega a desaparecer. La R quiere arrasar a la Q, y para lograrlo manda a traer a la T, que es un taladro atormentante: TTTTTTTTTTTTTT... Un taladro que se arroga el derecho a hacer las veces de reloj despertador cada mañana, hasta que hemos perdido suficiente sueño y la Q ha perdido un pedazo, quedando convertida en C. Es decir, hasta que la plaza se convierte en el recodo de una autopista.

Con sus altas y sus bajas el alma de la palabra ARQUITECTURA habla del arte de levantar castillos de naipes para echarlos abajo de nuevo, mientras que con sus tractores y taladros el cuerpo de la palabra ARQUITECTURA hace trastabillar los cubiertos en nuestra mesa mientras la ciudad pierde el perfil.

(Claro que eso no es culpa de los arquitectos, que ponen lo mejor de si en los edificios que construyen, sino de quienes deciden el destino de las ciudades. Tarde o temprano todo edificio se vuelve un estorbo en la ambición de alguien y hay que echarlo abajo. El sino de todo pastel es convertirse en migas).

Toda esta palabrología para decir que se me ocurre que hay que cuidar que el desarrollo inmobiliario no se convierta en una forma de terrorismo en el que nuestras casas, nuestras escuelas, y todos esos edificios donde se hospedan nuestras memorias, son destruidos en una guerra no declarada. No poder mostrar con el dedo índice dónde nacimos, crecimos, estudiamos y vivimos es una forma de mutilación. La primera A de 'arquitectura' nunca es igual a la segunda A. Al tratar de habitarla, nuestras memorias se comportarán como mendigos, buscando acomodo en rincones prestados, bajo puentes que no les pertenecen.

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