Mi hijo, el arquitecto

Juan Zamora



Imagino que en algún momento, llegué a pensar en ser arquitecto. Quizás cuando armaba grandes formas con mis sempiternos, acrílicos e interconectables bloques de LEGO. Ellos me acompañaban en el intermedio de las comiquitas, y permitían que diera rienda suelta a mi ingenio creativo. Bloque sobre bloque, iba modelando lentamente y con algunos tropiezos, mi obra de arte. Una estructura multicolor que a ratos se tambaleaba, supongo que a causa de lo ambicioso que resultaba el proyecto.

—Juan, mira lo que construyó tu hijo, “¡El Arquitecto!”.
—¿Y qué se supone que es esa vaina?
—Un edificio -respondía mi madre sin titubear ni un milisegundo.
—Yo creo que más bien es un ferrocarril parado y sin ruedas.
—Qué cosa tan rebuscada y tan falta de imaginación.
—Pero es que no es más que un montón de bloques apilados uno sobre otro…
—Que te digo que es un edificio. Y uno muy bonito por cierto. Anda mijo, sigue construyendo que cuando seas grande, vas a ser Arquitecto.
—No será que este carajito, con el cuento de la superpoblación, ya se está imaginando obras que irán, no sé, quizás en las azoteas. Y que servirán para, qué sé yo, albergar gallinas de manera vertical… Jajajajajajajaja…
—¡Mira Juan!, a veces no te soporto. Mejor sigue estudiando tus caballos para las carreras del domingo, a ver si así conseguimos el dinero para enviar a nuestro hijo a una buena universidad cuando sea grande.

Y así continuaban, ellos en su mundo, y yo en el mío. Jugando con el robot que acababa de construir y esperando por el próximo bloque… de comiquitas…

Imagino que en algún momento llegué a pensar en ser arquitecto. Quizás en la secundaria, en las clases de dibujo técnico. Hojas de papel milimetrado, escuadras, transportador, compás y escalímetro. Eso me gustaba. Medir aquí y allá. Y el lápiz HB o el 2H viajando de un punto a otro para trazar dubitativas líneas que pausada y toscamente iban engendrando mi creación.

—Juan, mira el plano que dibujó tu hijo, “¡El Arquitecto!”.
—¿Y qué se supone que es esa… cosa?
—Un edificio -respondía mi progenitora con la seguridad de un político en campaña.
—Yo creo que más bien es una piscina olímpica, si hasta se ven los charquitos de agua alrededor.
—Tú no entiendes nada Juan. Además, parecieras no creer en tu hijo.
—Creo. Te lo juro que creo muchas cosas de él pero, todas me dan miedo.
—En verdad que a veces no te aguanto.
—Si ese carajito sigue “diseñando” esas cosas, lo más seguro es que consiga trabajo, pero en una fábrica de ladrillos, porque todo lo hace igual.
—Juan, mejor vete a hacer tus panes de jamón, y procura vender bastante, a ver si así conseguimos el dinero para enviar a nuestro hijo a una buena universidad. Y deja de estar gastándote el dinero en números de lotería.
—¡Mujer de poca fe!

Y así continuaban, ellos en su mundo, y yo en el mío. Viendo en cuál pared pegaba el dibujo a escala que había hecho de Mazinger Z y esperando por los otros dibujos… los animados…

Imagino que en algún momento, llegué a pensar en ser arquitecto. Quizás cuando entré al negocio de las hamburguesas con mi madre. El concepto era atrayente, las llamaba “Las Arquitectoburguesas”. Tenía “La Rascacielos”, con varios pisos; “La Centro Comercial” que llevaba de todo; “Las torres Gemelas”, se llamaban así porque si alguien lograba comerse una entera, la segunda, con exacta e igual preparación, le salía gratis. Un día me dijo: “yo confió en tu talento, y sé que mientras esperas por entrar a la universidad, podrás utilizarlo en otras cosas; como por ejemplo en este negocio. Inventa algo, una nueva receta, algo sencillo pero, delicioso, que atraiga, que guste, y que nos genere más ventas”. Eso me entusiasmó y, poco a poco, gracias a mi cacumen, pacientemente, pieza por pieza se fue conformando mi invención.

—Juan, mira el exquisito plato que creó tu hijo, “¡El Arquitecto!”.
—¿Y qué se supone que es ese, nuevo, e inútil… intento?
—Un edificio. Jejejeje, bueno, en realidad es una hamburguesa con forma de edificio -respondía orgullosa, la madre que me parió (claro, si no, ¿entonces?).
—Yo no me como esa porquería ni a palos.
—Juan, por amor al cielo, ¿es que nunca vas a confiar en tu hijo?
—¿Ya tú la probaste?
—No, pero yo creo en él y en su capacidad para crear, para construir. Él, algún día será arquitecto, y grandes estructuras llevarán una placa con su nombre.
—Una placa bien grande es lo que deberíamos colgarle en el cuello, una que diga: “Si lo encuentra, por favor no lo devuelva”.
—¡Basta Juan!, prueba de una buena vez la bendita hamburguesa.
—¡Ay coño! Esta vaina está congelada, casi me vuelo los dientes.
—¿Cómo que congelada? Ah, bueno Juan, a lo mejor se le olvidó decirme que…
—Esto es una piedra, no se puede comer. Pero, ¿a quién se le ocurre?
—No exageres Juan, debe haber una equivocación. Mira, mejor ve a darle una vuelta al puesto de las hamburguesas, y ve si se vendió algo, recuerda que necesitamos dinero para enviar a nuestro hijo a la universidad. Y definitivamente, lo del loto millonario, nunca va a funcionar.
—Lo que no funciona es el cerebro de tu…
—¡Fuera!, ¡vete ya!

Y así continuaban, ellos en su mundo, y yo en el mío. Viendo qué nombre le podía poner a mi helado de paleta con sabor a hamburguesa, y esperando a ver cómo Pedro Picapiedra y su amigo Pablo devoraban sus “Brontohamburguesas”…

Imagino que en algún momento, llegué a pensar en ser arquitecto. Quizás cuando finalmente llegué a la universidad, a estudiar arquitectura, o al menos eso era lo que pensaban en casa. Iba de facultad en facultad repartiendo volantes que prometían “Noches interminables de diversión e inconciencia”, y detallando con ojo crítico cada estructura o más bien, escultura que pasaba frente a mí. Secretarias, oficinistas, profesoras, niñas bien, chicas malas, lo más variopinto en cuanto a féminas se refiere. En verdad se veía cada monumento… Y entonces nació en mí una nueva vocación, que igual tenía que ver con medidas, curvaturas, figuras, texturas, es decir; algo tan bello como la mismísima arquitectura. “Mujeres”, esa fue mi perdición. Cinco años repasando una y otra vez las mismas materias y viéndoles la cara a los mismos profesores. Viejos y nuevos compañeros iban y venían, y yo, en el mismo semestre siempre. Muchos llegaron a pensar que realmente estaba perdiendo mi tiempo pero, yo no lo creía así porque... mi padre al fin estaba orgulloso.

—Teresa, llegó tu hijo, y mira a quién trajo para cenar.
—¿Mi hijo el dizque arquitecto? ¡Já! ¿Y con quién vino ahora?
—Jejé. Bueno chica, algún día se gradúa, algún día. Pero mira, vino con Ángela.

“La nueva adquisición”, susurraba el viejo en mi oreja mientras clavaba suave pero, repetidamente su codo en mi costado.

—Y quién carrizo es esa tal “Ángela”.
—La altota. La que parece un edificio... Jejejeje… -respondía mi insuflado padre.
—Esa es otra. La anterior se llamaba Jazmín, y decían que parecía un apartamento tipo estudio, chiquita pero con todo lo necesario…
—¡Ya Teresa, basta! Termina de quitarte los tubitos esos que tienes enrollados en la cabeza, cámbiate la bata, y sal a atender a nuestra invitada.
—¿Nuestra invitada? ¡Míralo a él, pues…!
—No seas antipática chica, y sal de una buena vez. Anda que yo tengo que salir a comprar el “raspaíto” de esta semana, a ver si nos ganamos un dinero para montarle una oficina a tu hijo después que se gradúe.
—Eso será el año del rinoceronte, o la jirafa, o de cualquier otro animal que definitivamente no figura en ningún calendario…

Y así continuaban, ellos en su mundo, y yo en el mío. Viendo las turgencias de mi nueva amiga, que por cierto, se parecían a las de She-ra, o a las de la Mujer Maravilla, o a las de Gatubela, o a las de Tormenta, o a las de…

Mi madre ya se convenció de que nunca seré arquitecto, y mi padre… bueno, mi padre está muy ocupado llamando a las líneas 0900, esas que prometen el triple ganador. A los 38 años todavía no sé qué hacer con mi vida; sin embargo, aún sostengo que quizás en algún momento llegué a pensar en ser arquitecto. Por ahora, seguiré tratando de dilucidar mi futuro mientras prendo la TV y busco a ver qué hay de nuevo ¡Ah, miren, El Hombre Araña VIII!

—Mamá, ¿me preparas una “Rascacielos”?
—¡Cuando seas arquitecto!
—¡Gracias!



http://lemuriosidades.blogspot.com

1 comentario:

Ophir Alviárez dijo...

Pues te puedo asegurar que tu "arquitecto" no es el único que no sabe que ser ni que hacer en este mundo...

Te leo, calladita.

Un abrazote,

OA