Los hermanos Chang votaron en las elecciones de Gobernadores y Alcaldes del domingo 23 de noviembre. Nadie sabe por quiénes votaron y quien tenga el coraje de preguntarles seguro acaba también en las urnas. El punto es que ejercieron su derecho al voto a pesar de ser más chinos que la Gran Muralla; les pasaron el dato de que la cédula de identidad china y la venezolana son las mismas y que al pasaporte chino, si uno le traduce los caracteres de la tapa al castellano dice más o menos: República Bolivariana de Venezuela. Así que el domingo por la noche andaban tan chinos como siempre y tan amarillos como nunca y con sus trajes negros de costumbre pero con el dedo meñique de la mano derecha tocado por tinta lila indeleble.
Al día siguiente, paseando por los alrededores de Miraflores, los confundieron con reporteros internacionales y sin pedirles credenciales ni nada —es que ser chino hoy día abre tantas puertas, hasta las del palacio de gobierno donde a muchos criollitos no los dejan ni acercar— los metieron en el Salón Ayacucho y los sentaron justo enfrente del cuadro del Libertador.
Llegó al rato el presidente Chávez y se sentó en su trono, resguardadas sus espaldas por el fantasma de Bolívar, y comenzó su rueda de prensa para explicarle al mundo la verdadera realidad de las cosas. Habló de cómo se gana perdiendo y cómo la derrota si la miras desde la perspectiva adecuada es una victoria aplastante. Dijo cosas fantásticas como que 80 votos rojos son más que 130 de cualquier otro color y que en Petare (el barrio más grande de Caracas y de Latinoamérica, mucho más grande que cualquier favela de Río o cualquier villa miseria sureña) estaba repleto de campos de golf y habitado de puros ricos y racistas que odiaban a los pobres de piel curtida. Que él sabía que todos irían al infierno porque así rezaba en las Sagradas Escrituras pero que de todas maneras los amaba, sobre todo a sus niñas y sus niños (menos mal porque ser repudiado por Dios y por Chávez debe ser una cosa terrible).
Los hermanos Chang que sí conocen Petare y son varios los negocios que han montado allí, se miraron a las caras, sonrieron, se estrecharon las manos y se dieron por servidos. Antes de que el presidente abriera la ronda de preguntas y respuestas y se agarrara por los moños con todo aquel periodista o periodisto (qué jodido esto de ponerle género a cada bolsería que a uno se le ocurra) extranjera o extranjero que osara asomar que las cosas y los cosos pueden ser distintas y distintos a como el comandante las ve, los Chang se levantaron de sus sillas y sin hacer reverencias (que los Chang no le hacen reverencias ni a Dios) salieron del Palacio.
Irradiados por el genio del presidente, habían llegado a una conclusión absoluta e irrefutable, una verdad como una piedra: El presidente Chávez es el escritor de literatura fantástica más iluminado que ha parido esta tierra, y en especial un entendido arquitecto que en estos diez años ha impuesto sus maravillosos proyectos sobre la ciudad (la foto es un ejemplo). No era posible entonces que el presidente no fuera colaborador de los Hermanos Chang.
Así que, queridos lectores, en esta entrega encontrarán una serie de textos firmados con puros seudónimos. Que si de un fulano Enrique Enríquez, que si de un tal Roberto Echeto, que si de Mario Morenza, que si de Marianne Díaz, que si Nicolás Mellini, Sergio Márquez, Alejadron Armas, que si éste y que si el otro… incluso hemos prestado nuestros propios nombres; pero lo cierto es que ninguno de nosotros escribió esta vez. Como en “Las ruinas circulares”, el cuento aquel de un tal Borges, no somos más que el sueño que otro ha estado soñando Aquí hay un solo autor: Hugo Chávez, escondido tras una máscara que intenta ocultar su inconmensurable humildad y genio.
Bienvenidos sean al otro Petare, a la obra urbanística y arquitectónica más delirante edificada jamás. Incluso mucho más real y posible que el Petare que creíamos era de verdad.
José Urriola y Fedosy Santaella (maestros de obra).
3 comentarios:
Felicidades a los maestros de obra: un número espectacular.
¡Que numerazo! Firma: Hugo.
Genial... genial... bravo...
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